Andrea García Fernández
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UNA VERDADERA VERGÜENZA.
Fui con mi pareja a cenar; antes de pasar, preguntamos si todavía podíamos cenar o ya era tarde y nos dijeron que sí, que podíamos. Pedimos una ensalada y un costillar y tardaron escasísimos 5 minutos en servirnos los platos. La ensalada no se parecía a la que habíamos pedido, era una mezcla extraña de todo lo que les había sobrado en la jornada, de manera que preguntamos cuál era, nos la íbamos a comer igualmente ante la molestia de llegar a última hora (para el horario del pueblo), pero por lo menos queríamos saber cuál nos iban a cobrar. El camarero miró la carta y la ensalada sin entender nada y nos hizo creer que era la que habíamos pedido pero que le faltaban un par de ingredientes que nos trajo aparte en un plato. Cuando empezamos a comernos el "costillar" (medio costillar, más bien, mal especificado en la carta), nos dimos cuenta al primer mordisco de que estaba recalentado (no hay que ser muy hábil para saberlo), pero nos lo comimos porque no había más sitios en el pueblo que nos fuesen a aceptar a una hora, para ellos, tardía; aún así, se lo dijimos al camarero que nos estaba atendiendo y se hizo el loco para no tener que darnos la razón.
Terminamos de cenar, pedimos la cuenta y pagamos sin rechistar, pero al irnos nos acercamos al camarero que nos había atendido y le dijimos que lo que habíamos cenado no costaba lo que habíamos pagado (nada barato, para colmo). En ese momento la amabilidad desapareció (claro, ya habíamos pagado y salieron las verdaderas caras), nos dijo que estaba trabajando que no podía atendernos (ni mirarnos, al parecer) y que se lo dijéramos al jefe, "el de la camiseta blanca de la barra", sin ni siquiera tener la cortesía de llevarnos hasta él o asegurarse de que sabíamos de quién se trataba; le tuvimos que volver a preguntar quién era, misma respuesta.
Damos con el jefe y le decimos exactamente lo mismo que a su empleado: "sabes que lo que nos has servido no cuesta lo que hemos pagado, ¿verdad?". Es entonces cuando se desata la chulería, la mala hostia y los pésimos modales en un jefe de un establecimiento que abre cada día al público de sol a sol. Ante la negativa de reconocer que había comida recalentada, recibimos todo tipo de comentarios como: "desde el principio ya os estabais quejando de que la ensalada tenía poco ingrediente y hemos tenido que llevaros más" (nada más lejos de la realidad), "las costillas están recién salidas del horno, si queréis bajáis a verlo" (ver cómo salen unas costillas del horno no quiere decir que no hayan sido recalentadas y, desde luego un costillar no se cocina en 5 minutos), "si queréis os busco vuestros platos a ver si habéis dejado algo de comida en ellos, porque creo que no", "llegáis tarde y encima os quejáis", "que queréis que os devuelva el dinero" (no amigo, si no, no hubiésemos pagado, queremos que sepas que hay cosas que son evidentes, que no somos idiotas y que, si no se dicen, siguen pasando).
Fue una verdadera vergüenza, se metió hasta una mujer amiga de ellos que estaba en la barra a decirnos que qué queremos llegando a esas horas a los sitios (22:45 como tarde, pero se respeta que para el pueblo ya sea tarde), que no nos hubiesen cogido en ningún sitio del pueblo ya para cenar.
Nos tuvimos que ir porque aquello, que era una llamadita de atención legítima, se convirtió en una discusión barriobajera (por su parte) con una gente que no atendía a razones, a educación ni a modales.
Ni queríamos que nos devolvieran el dinero, ni queríamos discutir con nadie, pero claro, tampoco espera uno encontrarse con semejantes cabestros que poco les falta para insultarte y sacarte a patadas de su negocio.
Desde luego, si aunque sean las 22 pasadas es tarde para ti, no cojas a nadie más para cenar, es legítimo, cada lugar es un mundo y hay que adaptarse, pero ni sirvas comida que tú no te comerías, ni mientas como un bellaco, ni te pongas chulo cuando no te hemos faltado el respeto, y, muchísimo menos deberías dejar que tus coleguitas se metan en lo que te están diciendo unos clientes que han sido educados y pagado religiosamente
